jueves, 23 de diciembre de 2010

Salvatore y yo.

Anda, que me ha quedado un título evocador de los trabajos de Mario Puzo. Pero no, no tiene nada que ver, más bien al contrario...

El Salvatore al que hago referencia es, como no, Robert Anthony Salvatore, nuestro viejo amigo Salvatore. Para hablar de el, tendré que referirme más bien a mi relación con Drizzt.

La primera vez que oí hablar de Drizzt, me pareció un personaje manido y cliché hasta la saciedad. El asesino definitivo, pero buena gente, como no. La usual fantasía adolescente, políticamente correcta. Pero en fin, en mi amor por D&D, y los Reinos Olvidados (los de antes, no los de ahora), me puse a la pesada tarea de leer las novelas del “icónico” (para los Reinos) personaje. Empecé con The Crystal Shard, y me di de bruces con el estilo completamente falto de nada remotamente literario del tal Salvatore. Sincerémonos por encima del inevitable amor adolescente de los Prefectos del Pretorio de Salvatore: es un escritor pésimo. No acabé la novela, raro en mi.

Poco después me recomendaron encarecidamente la trilogía del origen de Drizzt (morada, refugio y no-se-que-más), y de nuevo por amor a D&D y blah-blah-blah, me volví a meter en harina... y esta vez la cosa cuajó. No me malinterpretéis; Salvatore sigue siendo un escritor literariamente pésimo, y encima no ha mejorado un ápice en más de veinte años, que ya tiene bemoles la cosa. Y lo sé, porque en su día leí algo de la transición de Drizzt a los Reinos de cuarta... Pero volviendo al tema, pude acabar la trilogía del origen de Drizzt, y continuar con la de Crystal Shard, pues descubrí que ni el personaje era el cliché que parecía, ni las novelas eran, una vez te acostumbras al martilleante y continuo soniquete de la literatura mala con ganas, aburridas; más bien al contrario.

Pero como me pasa siempre, cuando una masa de energúmenos abogan por las inexistentes bondades del objeto de su deseo sin entender que nos puede gustar algo cutre sin llegar a autoconvencernos de la estúpida idea de que es maravilloso, Salvatore me empezó a caer bastante mal. No por su éxito, sino por su éxito inmerecido. Yo he leido (en internet, figuraos) gente escribiendo que Salvatore es el mejor escritor de la Historia, que es como afirmar que el Papa viste de negro. Cómo me iba a caer bien Salvatore, manteniendo tal recua de fans.

Pero mira, no se puede escupir para arriba. Recientemente, James en su Grognardia se refirió a Salvatore en esta entrada con video incluido, donde asistimos a una charla del autor en una universidad americana. Y mi opinión cambió radicalmente. No solo por lo que señala James, sobre que Salvatore es un jugador de la Vieja Guardia que usa la primera edición de AD&D, sino especialmente porque para mi estupor y agradable sorpresa, descubrí que Salvatore es un tio genial, amigable, afable... alguien a quien quieres conocer, y que sea tu amigo.

Lo que son las cosas. Me he descubierto recientemente pensando en continuar leyendo la saga de Drizzt. Lo dudo, la verdad... pero mi nueva opinión sobre la personalidad de Salvatore se mantiene: me cae genial.

E investigando algo más, he descubierto un retazo de “justicia poética” que ha logrado que me caiga mejor. Resulta que Salvatore, tras firmar con Lucasfilm para escribir una novela de la serie Vector Prime de Star Wars, recibió la noticia de que en ella debía matar a Chewbacca. Y sin realmente buscarlo ni desearlo, desde entonces se ha ganado la enemistad de muchos fans irracionales. Del mismo tipo que aquellos que ridículamente le atribuyen méritos que no tiene. En los vídeos de charlas que corren por Youtube puede apreciarse que se lo toma con sorna pero también con amargura... tragándose su propia medicina. Con ello me parece alguien aún más apreciable.

Y he aquí de como cambié mi opinión de Salvatore, y ahora estoy contento con el.

Lo que no quita para que siga siendo un escritor nefasto, no nos confundamos.

1 comentario:

Velasco dijo...

Buenísimo. Me he reído un montón y casi me han dado ganas de leerme un libro de Salvatore, aunque sólo sea para seguir riéndome.